Todos anhelamos conectarnos
YOROKOBU
MIÉRCOLES, 26 DE NOVIEMBRE DE 2014
Imaginaos pidiendo el código WiFi gratuito de un cibercafé.
Imaginaos tomando asiento, dispuestos a surfear por la web mientras os tomáis
un milkshake con cookies o un zumo de guayaba. Todo muy hipster. Tu vecino de
mesa está instamagreando su applestrudel, haciendo una pausa antes de continuar
escribiendo su entrada en el blog. En una pantalla mural de la pared emiten un
mashup de dos divas del pop.
¿Dónde estamos? No es el barrio de Mision en San Francisco.
Ni siquiera una gran ciudad occidental. Estamos en Login Café, en un barrio de
Jundi Al Majhoul, en la Franja de Gaza, territorio palestino, tal y como nos
cuenta Frédéric Martel en su reciente libro Smart. Internet(s): la
investigación. Una demostración de que Internet está cambiando e
intercomunicando el mundo mucho más de lo que creemos.
Cerca de aquí, en la calle Shohadan, hay una tienda de
telefonía: los teléfonos básicos, llamados “teléfono pre-Android”, son baratos,
pero los smartphones todavía son prohibitivos. Quizá la razón estriba en que
aún no ha llegado el 3G. Como la gente sufre penurias económicas es una firme
defensora de las iniciativas gratuitas, el procomún o el creative commons, como
Wikipedia, Firefox o Linux. Sorprende que desde aquí se puedan llegar a oír los
bombardeos mientras se navega y se lanzan consignas a lo Richard Stallman.
Cuba cyberlibre
No importan los imponderables, ni siquiera la pobreza. Todos
anhelamos comunicarnos, navegar, visitar YouTube, enviar correos electrónicos,
jugar a videojuegos, consultar la blogosfera, incluso ver porno alemán.
Por eso, en 2011, se tendió un cable submarino de 1.600
kilómetros de fibra óptica entre Venezuela y Cuba a fin de acelerar la
velocidad de conexión la isla de Cuba, uno de los últimos países del mundo en
permanecer casi privado de acceso a la Red. Pero las cosas están cambiando
rápidamente, como explica Martel:
Tras dos años de inercia, el régimen castrista autorizó por
fin en verano de 2013 la apertura de un centenar de cyber points, una especie
de “salones” de Internet, abiertos a todo el mundo. Pero sus tarifas
prohibitivas todavía limitan el acceso.
Los cubanos quieren Internet en su casa, anhelan entrar en
la aldea global y consumir la información que todos nosotros consumimos. La
información quiere ser libre, como dijo Stewart Brand en la primera Conferencia
de Hackers de 1984, y por eso aquí se reparten los llamados “paquetes”: discos
duros en los que se albergan series de televisión, libros en pdf, música y toda
clase de cosas descargadas de una Internet verdaderamente libre, sin
restricciones. Hay gente que los compra y luego los revende, y otros los
alquilan para consumir selectivamente lo que necesitan.
Algunos de estos paquetes se producen en Miami para colarse
en el país como una droga de contrabando. Otros probablemente los confeccionan
miembros de la administración con acceso total a Internet a fin de sacarse unos
pesos extra.
SOLES en Nueva Delhi
Ambientes de Aprendizaje Autoorganizados (SOLES) es una
creación del físico indio Sugata Mitra, que se interesó por la educación de
todos los niños que no podían permitírsela. A través de ella, Mitra pretende
introducir terminales de ordenador protegidos para el robo con un banco para
sentarse. En cada banco pueden sentarse cuatro niños que tendrán la posibilidad
de internarse en los vastos terrenos de Internet.
Además, en SOLES colaboran grupos de abuelas reclutadas en
todo Reino Unido que dedican una hora a la semana de su tiempo para hacer de
tutoras de esos niños a través de Skype.
Pudiera parecer que un ordenador para un grupo de chavales
que no conocen tal tecnología es una pérdida de tiempo, pero Mitra, cuando era
jefe de investigación y desarrollo de NIIT Technologies, llevó a cabo un
experimento revelador al respecto. Tras dejar un ordenador y un ratón con
conexión a Internet en un barrio marginal, perfectamente protegido para los
hurtos y el vandalismo, descubrió lo que explica Peter H. Diamandis en su libro
Abundancia:
Los chicos que vivían en el barrio no hablaban inglés y no
sabían cómo utilizar el ordenador ni tenían conocimientos de Internet, pero
eran curiosos. En cinco minutos averiguaron cómo señalar y hacer clic. Al
acabar el primer día estaban navegando por Internet (y lo que es aún más
importante) enseñándose unos a otros cómo hacerlo.
CyberÁfrica
Gracias a la tecnología inalámbrica e Internet, el
continente africano parece haberse saltado una generación tecnológica, así,
zas, de golpe. De repente, millones de personas que no conocían los postes
telefónicos disponen de teléfonos móviles, como si hubieran llovido del cielo,
en una suerte de culto Cargo contemporáneo sin connotaciones religiosas o como
en aquella escena de Los dioses deben estar locos en la que un tribu contempla
fascinada una botella de Coca-Cola. En el año 2000, el 2 % de la población
tenía teléfono móvil. En 2009, el 28 %. En 2013, el 70 %.
La penetración del 2G y el 3G también ha sido extraordinaria
entre 2011 y 2014. Si en 2011 había 500 millones de teléfonos móviles en África
y 15 millones de smartphones, en 2015 se estima que haya más de 700 millones de
teléfonos móviles y 127 millones de smartphones. Todavía es el continente con
menos WiFi del mundo, pero eso está cambiando rápidamente, y Google también
está desarrollando el plan O3B: lanzar 180 satélites para ofrecer banda ancha a
los lugares donde aún no llega el cable de fibra óptica.
Tal y como explica Peter H. Diamandis:
Gente sin educación y con poco para comer ya han tenido
acceso a la conectividad inalámbrica de la que no se había oído hablar hace tan
solo treinta años. Ahora mismo, un guerrero masai con un teléfono móvil tiene
una mayor capacidad de comunicación que la que tenía el presidente de Estados
Unidos hace veinte años. Y si tiene teléfono inteligente con acceso a Google,
entonces cuenta con un mejor acceso a la información de la que tenía ese
presidente hace solo quince años.
No se trata solo de que los masai se cuenten chismorreos
entre sí a través de Whatsapp usando los ubicuos emoticonos de la flamenca (si
es que aciertan a saber qué significado tienen…), se trata también de que
millones de personas entren a jugar en la partida global: conocimientos
compartidos, colaboración, arquitecturas tipo Wikipedia, micromecenazgos a lo
Kickstarter, una larga lista de opciones 2.0 y, sobre todo, la posibilidad de
ver más allá del propio horizonte.
Los teléfonos móviles se valoran más que muchos otros
recursos básicos, por ello, en 2007, Nigeria tenía 30.000.000 de altas de
móviles. En Kenia, por ejemplo, KAZI 560, una agencia de contratación, emplea
móviles para conectar a trabajadores potenciales con empleadores potenciales.
60.000 keniatas encuentran trabajo a través de Internet. En Zambia, los
campesinos usan el teléfono móvil para comprar semillas y fertilizantes. En
2005, en Níger, los móviles se usaron para gestionar el sistema nacional de
distribución de alimentos, evitándose así una hambruna. Isis Nyong´o ha
manifestado que el impacto de los móviles en África ha tenido “más o menos el
mismo efecto que pasar a tener un gobierno elegido democráticamente.”
Frédéric Martel también nos introduce en la vida cotidiana
de Sipho Dladla, un joven visionario que dirige el Kliptown Youth Program, en
Soweto, al sudeste de Johannesburgo, un gueto en el que vive casi un millón de
personas y nos recuerda poderosamente a la película Distrito 9. El programa
aspira a formar digitalmente a sus habitantes a fin de que entren en la aldea
global. A pesar de que aquí ni siquiera existe la carretera asfaltada. Tampoco
hay agua corriente potable o electricidad. Sin embargo, todo el mundo tiene
móvil. La tecnología parece la salvación.
Gracias al móvil se comunican unos con otros, oyen la radio.
También es muy popular la linterna integrada del móvil. Tal y como escribe
Martel:
Sin electricidad, los móviles se recargan con las baterías
de los camiones o con pequeños paneles solares. La conexión a Internet pasa en
general por una llave 3G. En un bungaló del Kliptown Youth Program, unos
jóvenes andrajosos consultan su página de Faceook en unos PC conectados con
gruesos cables a Internet. Otros utilizan una aplicación, muy popular en Sudáfrica,
denominada Mixit, que permite enviar gratuitamente mensajes instantáneos a los
amigos desde cualquier teléfono móvil. También veo a unos chiquillos sentados
en el suelo que matan el tiempo con videojuegos en pequeños portatiles de 100
dólares de plástico verde manzana, los famosos portátiles XO regalados por la
ONG americana One Laptop per Child.
La iniciativa One Laptop per Child, creada por Nicholas
Negroponte en 2005, ya opera en la educación primaria de Uruguay, y desde 2010
ha enviado quince millones de portátiles a niños de Kenia, Uganda, Tanzania,
Ruanda y Burundi.
Así, África es el continente que más está siendo
reconfigurado gracias a las TIC, como si éstas fueran placas tectónicas
desbocadas. Terremotos tipo Matrix que los ciberfilántropos están propiciando,
y que muchas empresas aprovechan para enriquecerse mientras mejoran la vida de
sus habitantes: Nokia admite que gran parte de sus beneficios obtenidos en 2009
proceden de su penetración en el mercado africano. Los pobres, los mil millones
en crecimiento, usan la Red para convertirse en una fuerza de mercado
emergente.
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